Podcast | Episodio 2 :La partida que no esperaba jugar

Un juego de cartas. Un encuentro inesperado

Hay momentos en la vida en los que sentís que todo está escrito… y luego, de golpe, el destino baraja de nuevo.

Fue en un festival en Playa de Aro, en la mágica Costa Brava, donde, entre risas, chapuzones y un simple juego de cartas, conocí a alguien que sin saberlo, estaba a punto de cambiarlo todo.

Mis días cuando vivía en Maresa, Cataluña

Pero el destino juega con reglas propias, y lo que parecía un comienzo prometedor pronto se convirtió en una partida mucho más complicada de lo que imaginaba. Desde aquel instante en la piscina hasta las noches de milonga en Barcelona, cada paso que di para acercarme a ella parecía empujarme aún más lejos.

Hasta que, con una mezcla de locura y esperanza, emprendí un viaje a Francia que podría cambiarlo todo.

Una vista de Manresa, en Cataluña

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1. Un Encuentro en la Costa Brava

El festival de tango en Playa de Aro

¿Alguna vez has sentido que el destino te guiaba hacia alguien?

Así me sentí en aquel festival de tango en Playa de Aro, en la Costa Brava. No lo sabía en ese momento, pero esa playa, esa música y un simple juego de cartas cambiarían mi vida para siempre.

Había ido al festival por el tango. Me resultaba divertido pasar un fin de semana en un hotel bailando, tomando algunas clases, viendo amigos, conocidos y encontrando personas de vaya a saber dónde.

Pero lo que no esperaba era lo que estaba a punto de suceder.

Una playa, una milonga y un encuentro que cambiaría todo

Entre risas, música, movimientos y chapuzones, apareció una encantadora francesita que, sin saberlo, estaba a punto de convertirse en el próximo gran encuentro que cambiaría el rumbo de mi vida.

El juego de cartas que marcó el comienzo de algo especial

El Festival de Tango se desarrollaba durante un fin de semana en un gran hotel en Playa de Aro, un enclave costero en la Costa Brava conocido por sus hermosas playas y su aire sofisticado.

En mi departamento en Manresa, ubicado a metros de la Plaza de Cataluña local, preparé mi maleta con cuidado. Guardé mis mejores zapatos de baile, algunas prendas elegantes para las noches de milonga y, con el entusiasmo a flor de piel, me dispuse a emprender el viaje.

Era un trayecto corto, pero cada curva del camino parecía llevarme más cerca de algo especial.

El sol brillaba intensamente, y mientras avanzaba por las rutas catalanas, no podía evitar imaginar todo lo que me esperaba. Los amigos que volvería a ver, las clases que había reservado con algunos de los mejores profesores y la energía única de un festival de tango

Llegué al hotel a media mañana. Era un lugar imponente, con grandes ventanales que dejaban entrar la luz del Mediterráneo, jardines perfectamente cuidados y una piscina que prometía ser mi refugio durante las horas más calurosas del día.

Después de instalarme en mi habitación, me tomé un momento para asomarme al balcón. Desde allí, podía ver la piscina rodeada de reposeras, con algunas personas ya disfrutando del agua y del ambiente relajado.

Sin perder tiempo, bajé con mi traje de baño y, al llegar, me encontré con un grupo de amigos que habían llegado antes.

Nos saludamos con entusiasmo y, en cuestión de minutos, ya estábamos sumidos en una partida de truco, el juego de cartas argentino que no podía faltar en nuestras reuniones.

Entre risas, estrategias y complicidades, me sentí completamente en mi elemento.

Fue entonces cuando la vi por primera vez.

2. La conexión

Bajo el sol radiante, se acercaba a nosotros una chica que parecía ajena al bullicio, pero al mismo tiempo, en perfecta armonía con el ambiente.

Tenía un aire misterioso, y aunque no sabía nada de ella, había algo en su presencia que llamaba la atención.

Se sentó a mi lado y, con una sonrisa curiosa, ese acento que más tarde descubriría que era francés, una mezcla de timidez y determinación, me preguntó:

¿Me enseñas a jugar?

Me tomó un momento reaccionar. Había algo en su tono, en la forma en que lo pidió, que me desarmó.

Por supuesto —respondí casi de inmediato, mientras seguía concentrado en la partida, pero dispuesto a mostrarle las bases del juego.

Entre cartas, risas y tango: un vínculo inesperado

Explicándole las estrategias y detalles que hacen del truco un juego lleno de ingenio y picardía, no perdí la oportunidad de mostrar mis raíces porteñas.

A medida que mis clases avanzaban, la partida seguía su curso, y las risas y miradas cómplices se mezclaban con los murmullos de la piscina y el agua.

Entre gestos exagerados para explicar las señas y comentarios que arrancaban carcajadas a todos los que nos rodeaban, descubrí que ella no solo tenía interés en aprender el juego, sino que también compartía esa chispa de curiosidad que conecta a las personas de forma inesperada.

Había algo en su sonrisa, en la forma en que prestaba atención, que hacía que el calor del sol se sintiera un poco más suave y el momento, más especial.

Las ampollas y el primer baile

Su nombre, me dijo, era Fabienne, y recuerdo que, en su entusiasmo por mostrar lo bien que bailaba, se puso a hacerlo con alguien, descalza sobre el suelo de madera alrededor de la piscina.

Lo que no sabía era que esa fricción estaba quemándole los pies.

Al rato, comenzaron a salirle ampollas.

¡Qué mala suerte! Había llegado con ganas de bailar y tomar clases día y noche, pero parecía que todo eso estaba a punto de desmoronarse.

Sin embargo, sus ganas de disfrutar pudieron más que el dolor.

Esa noche, la vi de nuevo en la pista de baile. Nos reconocimos de inmediato y, antes de darnos cuenta, estábamos bailando.

En el tango, hay momentos en los que todo desaparece, y esa noche, bailando con Fabienne, sentí que estábamos solos en el mundo.

3. Los obstáculos románticos

La distancia después del festival

Cuando el festival terminó, pensé que tal vez nuestra historia acabaría allí. No sabía que el verdadero desafío estaba por comenzar.

Fabienne y su barrera de desconfianza

Fabienne era encantadora, pero también era cautelosa. Yo sabía que los argentinos tenemos fama de picaflores, rompecorazones, algo que no jugaba a mi favor.

Aunque mis intenciones eran genuinas, ella mantenía una barrera que parecía infranqueable.

Después del festival, volví a mi vida en Manresa. La rutina retomó su curso: los días de trabajo, las tardes de tango, los fines de semana tranquilos.

Sin embargo, mi mente no dejaba de volver a Fabienne. Su sonrisa, su forma de moverse en la pista, ese acento francés que le daba un aire único… Era imposible sacármela de la cabeza.

Antes de irnos de Playa de Aro, me había dado su número de teléfono. Fue un gesto que, aunque pequeño, para mí representaba una posibilidad.

Así que, con más nervios que estrategia, decidí llamarla para intentar organizar un encuentro.

Milongas y noches en Barcelona: buscando respuestas

Pero cada vez que lo intentaba, ella encontraba una excusa para esquivarme.

Podía sentir cómo levantaba una muralla entre nosotros, y aunque eso podía haber desanimado a cualquiera, yo no quería rendirme.

Con la esperanza de encontrarla, comencé a ir más seguido a las milongas. Algunas noches, salía de una y me iba directo a otra, como si el tango mismo me guiara por las calles iluminadas de Barcelona.

Era divertido pasearme por las noches barcelonesas, descubriendo más y más de su vida nocturna y su energía única.

Mientras buscaba a Fabienne, también disfrutaba del encanto de la ciudad. Las luces reflejadas en los adoquines mojados, el bullicio suave de las terrazas, ese ambiente de fiesta que parecía envolverlo todo.

Todo eso me hacía sentir más vivo, más conectado con la ciudad que me había adoptado.

Intentos fallidos de acercamiento

Sin embargo, aunque las noches me regalaban momentos únicos, la realidad era que Fabienne seguía siendo esquiva.

Cada intento de acercarme a ella parecía desvanecerse como un sueño al despertar.

Durante los meses siguientes, hice todo lo que pude para acercarme. La llamaba, le escribía, iba a las milongas esperando cruzarla ‘de casualidad’.

Pero siempre encontraba la manera de esquivarme.

Cada conversación breve o encuentro fugaz me dejaba con la sensación de que estaba más cerca… y al mismo tiempo, más lejos de ella.

4. La decisión de viajar a Francia

Una pista sobre su paradero

Recuerdo una vez, tras varios intentos fallidos para acercarme, que logré enterarme de que iría al sur de Francia a visitar a sus padres.

Cuando lograba hablar con ella tenía tan solo unos instantes disponibles para obtener alguna pista de sus pasos, para poder encontrarla. Y este era un dato que no podía dejar escapar, así que decidí aprovechar la oportunidad.

Con rapidez y un poco de creatividad, organicé en mi trabajo un tour comercial. Sería una gira por Francia que me llevaría a Perpignan, París y alguna región de Limousin a visitar posibles clientes.

Pero lo que realmente me emocionaba no eran las reuniones de trabajo, sino la posibilidad de llamarla desde Montpellier y organizar nuestro encuentro.

La excusa perfecta: un viaje de trabajo a Francia

En mi mente, yo lo tenía clarísimo: tendríamos una cena romántica en un restaurante encantador en Francia, como si fuera una escena de una película de amor.

Es increíble cómo, cuando uno está ilusionado, la imaginación vuela con tanta facilidad.

El día de la partida llegó. Preparé mis zapatos y cargué mi valija de ilusiones. Me acomodé en el auto y emprendí el camino rumbo al norte, hacia Francia, un territorio aún desconocido para mí, pero que se perfilaba como el escenario de algo especial.

El camino comenzó lleno de entusiasmo, pero no exento de algún sobresalto. Cada kilómetro recorrido estaba cargado de ilusión, como si me acercara no solo a un nuevo destino, sino a una promesa que el futuro parecía susurrar a lo lejos.

Cruzando la frontera con una ilusión en la valija

Al caer la noche, crucé la frontera con el corazón latiendo rápido. Francia me recibía con ese aire de misterio y promesa que solo tiene lo desconocido.

Mi primer destino era Perpignan, una ciudad que hasta ese momento solo era un nombre en el mapa.

Llegué al hotel en las afueras, con la idea de descansar un poco antes de cenar. Dejé la maleta en la habitación, me refresqué y, sobre las nueve y media, bajé lleno de hambre y con ganas de descubrir los sabores de esta tierra nueva.

Primer choque cultural en Perpignan: una cena inesperada

Para mi sorpresa, cuando llegué a la recepción, me informaron con toda tranquilidad que el restaurante ya estaba cerrado. ¡Pero cómo! ¿Tan temprano?

En España, a esa hora las cenas ni siquiera habían comenzado, pero aquí, parecía que la noche ya estaba avanzada.

El choque cultural casi me deja sin cenar, y mi estómago no dejaba de reclamar.

Por suerte, los empleados del hotel debieron notar mi desesperación (y seguramente escucharon los ruidos de mi estómago), porque se apiadaron de mi estado.

Con una amabilidad que no olvidaré, abrieron el salad bar solo para mí.

Allí, por primera vez, probé algunas delicias de la gastronomía francesa: quesos, panes frescos, ensaladas bien presentadas.

Era algo simple, pero el sabor, la dedicación… ¡qué manera de empezar mi aventura culinaria en Francia!

Recuerdo especialmente algo que me fascinó: el tabulé. No supe hasta mucho después lo que era. En ese momento, no tenía ni idea, pero me encantó.

La frescura, la combinación de sabores… todo parecía hecho para sorprenderme.

Me gustó tanto que, incluso hoy, muchos años después, sigo recordándolo con una sonrisa.

Fue una de esas pequeñas experiencias que te dejan huella, una muestra más de cómo la cocina puede ser un reflejo del alma de un lugar.

Con la pancita llena y el corazón agradecido, me fui a dormir, sabiendo que al día siguiente me esperaba algo aún más grande.

5. Camino a Montpellier: la llamada decisiva

Descubriendo París: el impacto de la Torre Eiffel

La mañana llegó con promesas. El camino siguió adelante y, poco a poco, me acercaba a mi destino principal: París.

El camino hacia París me llenaba de una emoción difícil de describir. Era mi primer encuentro con esta ciudad de la que tanto había oído hablar.

Y entonces sucedió. Conduciendo por la autopista, apareció ante mí, lejana al principio, acercándose cada vez más, majestuosa y deslumbrante: la Torre Eiffel.

Fue un coup de foudre, como dicen los franceses. Un amor a primera vista.

Allí estaba, alzándose hacia el cielo, esbelta y con una armonía que te hipnotiza, como un poema hecho de acero. Había visto miles de fotos, escuchado miles de relatos, pero nada podía compararse con la sensación de verla por primera vez.

Era como si la Ciudad de las Luces me estuviera dando la bienvenida con su más icónico abrazo.

Ahora la visito más seguido, y aunque me sigue pareciendo increíblemente preciosa e imponente, la sensación que experimenté esa primera vez, ese asombro casi infantil, una emoción que hasta me hizo saltar alguna lágrima, no se repetirá jamás.

París me recibió con su majestuosidad, pero mi tiempo allí fue breve. No había planeado quedarme demasiado, y aunque la emoción de ver la Torre Eiffel me acompañó, mi mente estaba fija en mi próximo destino.

Rumbo a Montpellier con un plan en mente

Desde París, mi ruta continuó durante los siguientes días hacia algunos destinos intermedios hasta llegar a Montpellier, cerquita de donde estaba Fabienne, el lugar que había elegido como punto estratégico para llamarla, después de varios intentos fallidos de contacto.

A medida que dejaba atrás París, mis pensamientos iban y venían. Mientras conducía, repasaba cada palabra, cada posible respuesta que podría recibir al llamarla.

¿Respondería esta vez? ¿Aceptaría finalmente encontrarse conmigo?

El paisaje cambiaba a medida que avanzaba, pero mi mente seguía fija en esa llamada que podía cambiarlo todo.

El viaje estaba llegando a su fin, pero mi mayor esperanza aún estaba por resolverse.

La barrera del idioma y una comida inolvidable

Finalmente, llegué a Montpellier, una ciudad de la que apenas había oído hablar.

El sol brillaba, y la brisa parecía traer una sensación de calma que contrastaba con mi ansiedad.

Aparqué el coche y busqué una terraza frente al Jardin des Plantes, un lugar que me invitaba a relajarme… o al menos intentarlo antes de hacer esa llamada tan esperada.

Allí, por primera vez, pedí un steak haché, que básicamente es una hamburguesa sin pan, con una ensalada.

Pero había un problema: no hablaba ni una palabra de francés.

Así que, entre gestos y onomatopeyas, intenté explicarle al camarero que quería la carne bien hecha.

El hombre me miró, asintió y luego me trajo el plato con la carne… prácticamente cruda.

Me reí, porque era evidente que había una barrera de comunicación que no podía superar con simples gestos.

Esa experiencia me marcó. Me hizo darme cuenta de cuánto me faltaba para entender este mundo nuevo que apenas comenzaba a descubrir.

El momento crucial: la llamada a Fabienne

Después de almorzar, con toda la ilusión del mundo, la llamé.

Estaba seguro de que esta vez sería diferente, que finalmente nos encontraríamos.

Pero una vez más, me rechazó: estaban celebrando el aniversario de casados de sus padres, y no podía salir.

6. ¿Un destino incierto?

Fue otro duro golpe. Me quedé mirando el teléfono. Sentía que cada vez que daba un paso hacia Fabienne, algo nos alejaba.

Era frustrante, agotador, pero no podía rendirme. Había algo en ella. Algo que me hacía pensar que valía la pena intentarlo, aunque mi mente empezaba a preguntarse si mi corazón estaba equivocado.

¿Había llegado el momento de aceptar que esta historia no tenía futuro?

O tal vez, ¿era solo una prueba más para llegar a algo más grande?

Eso, querido oyente, lo descubrirás en el próximo episodio.

Querido lector,

Este artículo ha sido escrito por mí, Diego, que vivo en Francia desde hace algunos años y recorro este hermoso país desde hace muchos más! Y se inspira en mis experiencias y los gustos míos y de mi familia.

Me encanta dar a conocer los pueblos encantadores de Francia y todo lo que hay para hacer por aquí y sé que muchas veces la organización de un viaje puede ser complicado. Es por esto que, mediante mis guías, intento inspirarte y ayudarte en vuestra planificación.

Espero que hayas disfrutado de la lectura de este artículo y, sobre todo, que sea de utilidad.

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Diego en France
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I’ve been living in France for many years with my French wife and our Franco-Argentinian daughter.

I know this amazing country very well — we’ve been exploring it for a long time, and it holds a special place in my heart.

I’ve always shared my passion for travel with those around me, and now I’d love to help you plan your own trip.

I know trip planning can often feel overwhelming and frustrating. That’s why I created this blog about France — especially its charming small towns — so you can start enjoying your journey from the moment you begin planning it.

FR : Je vis en France depuis des années et je partage ici mes lieux préférés — en particulier ses petits villages de charme.

ES : Vivo en Francia desde hace años y en este blog comparto mis rincones favoritos — sobre todo sus pequeños pueblos encantadores.

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