Magia, sorpresas e imprevistos en la ciudad del amor
París, la ciudad de la luz, del amor, de los sueños… y también, como descubrí en este viaje, de los imprevistos. Lo que debía ser una escapada romántica terminó poniéndonos a prueba desde el primer momento. Entre una resaca monumental, una descompostura inesperada y un frío que calaba hasta los huesos, el viaje no comenzó como lo habíamos imaginado.
Pero París tenía otros planes. Copos de nieve cayendo en la cima de la Torre Eiffel, una cena mágica navegando por el Sena, un cumpleaños inolvidable en un lugar mítico… cada momento nos sorprendía más que el anterior.
Y luego, lejos del bullicio de la ciudad, vino la Navidad en Saint-Mammès. Allí, rodeado de su familia, entendí algo más profundo: el arte de vivir a la francesa. Las comidas no eran solo comidas, eran rituales. El tiempo se detenía para compartir, para saborear, para celebrar incluso lo más simple.
Pero lo que no sabíamos era que, después de este viaje, todo cambiaría.
Un nuevo hogar. Una promesa inesperada. Y una noticia que nos llevaría a tomar la decisión más grande de nuestras vidas.
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1. Un Viaje Inolvidable a París: Entre Resacas, Frío y Sorpresas
La Ciudad de las Luces y una Prueba Inesperada
París. La ciudad de las luces, del romance, de las promesas infinitas. Para muchos, es el escenario perfecto para vivir momentos inolvidables, y ese era nuestro plan: un viaje mágico lleno de amor, sorpresas y celebración.
Pero la vida, como siempre, nos guardaba algunas sorpresas…
Entre resacas, dolores de estómago y un frío que calaba hasta los huesos, nuestro primer viaje a París juntos se convirtió en una prueba.
Una prueba que me enseñó que la verdadera magia no está en que todo salga perfecto, sino en cómo enfrentamos los imprevistos juntos.
El Cumpleaños en Sarrià y los Preparativos para París
Todo comenzó con el cumpleaños de Fabi, que decidimos celebrarlo a lo grande en nuestro departamento de Sarrià.
Amigos de todas partes llenaron nuestra casa de risas, música y… bueno, una sangría que aún sigue siendo tema de conversación.
Era una sangría letal, de esas que parecen inofensivas al principio pero que, de repente, te suben como un golpe de calor.
Una sangría que habíamos preparado Fabi y yo con tanta fuerza que algunos aún la recuerdan con una mezcla de temor y admiración.
Todos estábamos animados, bailando y brindando hasta la madrugada. Fue una noche llena de música, risas y momentos inolvidables.
Pero, como era de esperarse, al día siguiente Fabi estaba completamente derrotada.
Una resaca monumental la dejó atrapada en la cama, y yo no podía evitar preocuparme porque en menos de 48 horas teníamos un vuelo a París… y nuestra aventura apenas comenzaba.
Por suerte, después de un día de reposo y cuidados, logró recuperarse justo a tiempo.
Pero la resaca parecía ser contagiosa, porque cuando llegó el día del viaje, el que terminó cayendo fui yo.
Me levanté sintiéndome extraño, y antes de darme cuenta, una descompostura de estómago se apoderó de mí.
Literalmente me convertí en una sombra de mí mismo: débil, pálido y preguntándome cómo iba a sobrevivir a ese viaje.
La Llegada a París: Más Fantasma que Romántico
Así fue como llegué a París: contrariamente al romántico que imaginé ser, mi estado se acercaba más bien a un fantasma aferrado a una caja de medicamentos.
No era el inicio que habíamos soñado, pero lo que no sabía era que Fabi tenía algunas sorpresas preparadas bajo la manga que lo cambiarían todo.
Llegamos a París, aterrizamos y nos dirigimos a casa de Carole, una gran amiga de Fabi que nos alojaría por unos días.
Era diciembre, hacía un frío que se te metía hasta las entrañas y en el camino empezaron a caer algunos copos de nieve.
Todo era hermoso, mágico… bueno, para cualquiera que no estuviera en mi estado.
Porque yo estaba destruido.
El primer día lo pasé íntegramente en la cama. Literal.
Imaginate: Carole, que apenas me conocía, nos había dejado su propia habitación con toda la amabilidad del mundo.
Y ahí estaba yo, fundido en su cama, levantándome solo para ir al baño… y no precisamente a contemplar la decoración.
Madrugada incluida.
Carole fue increíblemente comprensiva, pero yo no podía evitar sentirme incómodo.
«Menuda primera impresión», pensé.
Salir a la Ciudad: Fabi y su Sorpresa Especial
Al día siguiente, Fabi insistió en que saliéramos.
«No te preocupes», me dijo con una sonrisa que prometía más de lo que yo podía imaginar.
Y tenía razón.
Aunque seguía débil, esto era París.
No podía quedarme pegado a las sábanas…
Lo que no sabía era que Fabi había preparado algo muy especial para nosotros.
A pesar de mi estado calamitoso, nuestra primera parada fue la Torre Eiffel.
Directamente.
Sin perder tiempo.
2. Una Noche en la Cima de París
El frío de invierno y un sombrero siberiano
No sabés el frío que hacía. De esos que se te meten bien adentro en los huesos. Tanto, que terminé comprándome un sombrero con pelo que me cubría media cara; parecía venido directamente de Siberia.
Pero eso no importaba. Lo que importaba era lo que estábamos por hacer.
Ascendiendo hacia las luces de París

Subimos la Torre Eiffel poco a poco, primero por las escaleras y luego en el ascensor que nos llevó hasta la cima. A medida que ascendíamos, las luces de París comenzaban a desplegarse ante nosotros como un tapiz brillante e infinito.
Y cuando finalmente llegamos arriba, el espectáculo fue aún más increíble de lo que imaginaba.
La ciudad de las luces estaba ahí, bajo nuestros pies, iluminada como si celebrara nuestra llegada.
Nieve, viento y un momento inolvidable
Y entonces, como si el universo quisiera añadirle un toque aún más mágico, empezó a nevar.
Suavemente, casi tímidamente, los copos caían a nuestro alrededor.
Allí estábamos, en la cima de la Torre Eiffel, con el viento frío en nuestras caras y el corazón ardiendo de emoción.
Miré a Fabi, que observaba el paisaje con una mezcla de asombro y felicidad. París brillaba a nuestros pies, y en su mirada había algo que me atrapaba, algo que iba más allá de la ciudad, de las luces y del momento.
En ese instante, supe que ella no solo ocupaba mis días; empezaba a ocupar mi corazón.
De un sueño lejano a una realidad compartida
Unos meses atrás, me había emocionado como un niño al ver la silueta de la Torre Eiffel por primera vez en el horizonte, mientras me acercaba a París en coche. Nunca hubiera imaginado que, algún tiempo después, estaría allí arriba, con Fabi a mi lado, compartiendo ese instante perfecto.
Pero esperá. La noche no terminó allí.
3. Una Cena Inolvidable Sobre el Sena
La sorpresa de Fabi

Bajamos de la Torre Eiffel, y Fabi, con su sonrisa traviesa, me llevó hacia otra sorpresa.
Caminamos unos minutos por las calles empedradas de París, con el Sena brillando a nuestro lado bajo la luz de los faroles.
El aire era frío, pero yo apenas lo sentía. Había algo en la forma en que Fabi sonreía, en su mirada llena de complicidad, que me hacía olvidar todo lo demás.
Entonces, nos detuvimos en uno de los muelles. Me giré para ver qué miraba y allí estaba: un bateau mouche esperándonos, su silueta iluminada reflejándose en el agua oscura.
Me volví hacia ella, incrédulo.
—¿En serio?
Fabi asintió con una sonrisa traviesa.
No podía creerlo. Había reservado una mesa para los dos en uno de esos barcos que recorren el Sena. Íbamos a cenar navegando por el corazón de París.
Una cena con vistas a la ciudad de la luz
Subimos a bordo, y un camarero nos guió hasta nuestra mesa, junto a una gran ventana.
Desde allí, la ciudad se desplegaba como una película en blanco y negro: los puentes históricos, las fachadas iluminadas, la silueta majestuosa de Notre-Dame asomando en la distancia.
Cada puente por el que pasábamos parecía contar una historia, y cada plato que nos traían era un regalo para los sentidos.
Disfrutamos de una cena exquisita a base de pescado fresco, frutos de mar y foie gras, todo acompañado, por supuesto, de una copa de Champagne burbujeante.
Un momento que lo cambió todo
Mi asombro y felicidad no cabían en mi cuerpo.
Rememoraba todo lo que había pasado para llegar hasta aquí: las idas y vueltas, los desencuentros, las dudas… Y ahora, ahí estábamos, juntos, navegando por el Sena, viviendo un momento que jamás olvidaría.
La miré, tomé su mano y le susurré:
—Gracias.
Fabi me sostuvo la mirada, con esa sonrisa suya, la que siempre tenía cuando sabía que me había sorprendido.
Se inclinó apenas hacia mí y, con un destello en los ojos, me dijo, como quien guarda aún mil secretos:
—Esto recién comienza.
4. Un Cumpleaños Inolvidable en París
Recorriendo la Ciudad de la Luz
Al día siguiente, París nos esperaba con su encanto inagotable.
Aunque mi estómago seguía algo revuelto, no íbamos a quedarnos quietos. Paseamos por todos lados, Le Jardin de Luxembourg, con su aire majestuoso y tranquilo, Les Tuileries, con sus senderos perfectos y vistas espectaculares, Notre Dame de Paris, que nos recibió con su imponente silueta gótica y el eco de su historia en cada rincón.

La ciudad tenía una energía especial, como si cada esquina guardara una sorpresa.
Sin embargo, mi estómago todavía pedía clemencia y, al llegar la hora de la cena, lo único que quería era un simple plato de arroz.
Pasamos por L’Arc de Triomphe y llegamos a Les Champs Élysées, esa avenida interminable que parecía brillar aún más bajo las luces navideñas.
Pero encontrar allí algo tan sencillo como un plato de arroz resultó ser una misión imposible. Entre los restaurantes elegantes y las propuestas culinarias elaboradas, parecía que París no estaba dispuesta a ceder ante mis necesidades.
—Esto es París —me dije—. Aquí, incluso las cenas tienen que ser una obra de arte.
Una Sorpresa Bajo las Luces de París
Pero la noche no terminaba ahí.
Ahora el del cumpleaños era yo, y Fabi tenía otra gran sorpresa preparada.
Justo cuando pensaba que el día no podía mejorar, me llevó a uno de los lugares más emblemáticos de París: el Lido, un cabaret que encarna toda la magia y el glamour de la ciudad.
Cuando entramos, el ambiente me dejó sin palabras. Luces, música y una atmósfera de lujo que te hacía sentir parte de algo único.
Nos sentamos, y cuando comenzó el espectáculo, no pude hacer otra cosa que maravillarme.
Las vedettes bailando el can-can, las coreografías espectaculares, la música que te envolvía, las luces que daban vida a cada rincón del escenario…
Todo era magnífico, espléndido, como si el tiempo se hubiera congelado para regalarnos ese momento.
Miré a Fabi y pensé:
—¿Cómo es posible que haya preparado de nuevo algo tan increíble?
Mientras el espectáculo continuaba, no podía dejar de mirarla. Ella estaba feliz, y yo me sentía el hombre más afortunado del mundo.
Qué regalo tan hermoso acababa de hacerme. Un cumpleaños en París, con ella, en el Lido.
Un Paseo Bajo la Magia Navideña
Cuando salimos, París seguía vestida de Navidad.
Las luces adornaban cada rincón, pero nada podía competir con Les Champs Élysées.
Los árboles que bordeaban la avenida estaban recubiertos de lucecitas que parecían reflejarse en el cielo.


Al final de nuestro paseo, la Torre Eiffel se alzaba, iluminada, como si nos invitara a seguir soñando.
A sus pies, un mercado navideño nos esperaba, con casitas de madera que ofrecían dulces, artesanías y pequeños tesoros.
Caminamos de la mano, rodeados por el aroma de las especias del vino caliente y el murmullo de la gente.
Estar allí, con Fabi, era como vivir dentro de una postal perfecta.
Y entonces, llegó otro momento que nunca olvidaré.

Disfrutamos de la música que se alzaba bajo la Torre Eiffel, mientras miles de juegos de luces la hacían destellar en un espectáculo navideño fantástico.
Nos reíamos como niños, nos abrazábamos con fuerza, y dejamos que la música nos meciera suavemente en un ritmo que parecía creado solo para nosotros.
El mundo desapareció por un instante, dejando solo a Fabi, a mí y ese París iluminado que parecía latir al compás de nuestros corazones.
París, con su magia y su brillo, había hecho que mi cumpleaños no solo fuera inolvidable, sino también perfecto.
5. De París a un Cuento de Navidad en Saint-Mammès
El Caótico Viaje en el Metro
Al día siguiente, ya más recuperado y con las fuerzas volviendo poco a poco, decidimos que era hora de partir hacia Saint-Mammès, el pequeño pueblo a las afueras de París donde vivía la hermana de Fabi con su familia.
La partida, sin embargo, estuvo lejos de ser sencilla. Era la víspera de Navidad, y el metro de París estaba absolutamente abarrotado.
Imaginate: nosotros vestidos hasta los dientes, con abrigos pesados, gorros y bufandas, arrastrando dos valijas casi más grandes que nosotros. Llevábamos ropa de invierno, regalos… íbamos bien cargados.
Cada vez que el metro llegaba, el andén hervía de gente intentando entrar, y no había espacio ni para un alfiler.
Intentamos una, dos, tres veces. Nada. Los vagones se llenaban antes de que pudiéramos siquiera acercarnos a las puertas. Las formaciones se iban una tras otra, dejándonos en el andén congelados y frustrados.
—¿Y si caminamos hasta la Gare de Lyon? —pregunté en un momento de desesperación.
Pero claro, con nuestras maletas y el tiempo en contra, la idea era imposible.
Finalmente, nos armamos de fuerza y coraje. Cuando el siguiente metro llegó, nos miramos, apretamos los dientes y, con un par de empujones y codazos estratégicos, logramos abrirnos paso.
Entre maletas atascadas, empujones y disculpas en varios idiomas, logramos entrar al vagón.
Estábamos apretados como sardinas, pero muertos de risa.
Lo importante era que lo habíamos conseguido.
El metro avanzaba, y con cada estación nos acercábamos más a nuestro tren.
Cuando llegamos a la Gare de Lyon, hicimos un último esfuerzo y, justo a tiempo, abordamos el tren rumbo a Saint-Mammès.
Saint-Mammès: Un Pueblo Sacado de un Cuento Navideño
—¿Valió la pena todo ese caos? —me pregunté mientras miraba por la ventana del tren.
Pero la respuesta llegó tan pronto como llegamos al pequeño pueblo.
Saint-Mammès parecía sacado de un cuento navideño.
Es un pueblo pequeño y encantador, con casitas y casas señoriales de techos a dos aguas que parecen saludar al cielo.
Desde la estación, había unos 300 metros hasta la casa de la hermana de Fabi, un paseo que hicimos con una sonrisa en los labios y los ojos llenos de asombro.
Porque, escuchá bien: absolutamente todas las casas, y no exagero, TODAS estaban decoradas de Navidad.
Había luces en los tejados, guirnaldas en las puertas, árboles iluminados en los jardines, renos, carrozas… ¡todo lo que te puedas imaginar!
Parecía que cada vecino se había esforzado al máximo para llenar el pueblo de magia navideña.
Era como si estuvieran compitiendo entre ellos para ver quién transmitía más el espíritu de la Navidad.
Miré a mi alrededor, maravillado, y pensé:
—Es como si Papá Noel viviera aquí.
Pensé mientras recorríamos esas calles que parecían salidas de un cuento de Navidad.
6. Una Navidad Mágica en Saint Mammès
Una Navidad Mágica en Saint Mammès
Una Bienvenida Cálida y Familiar
Cuando llegamos, fuimos recibidos con abrazos cálidos, risas y el aroma de algo delicioso que se cocinaba en la cocina. Era el comienzo de unos días que recordaríamos siempre.
Toda la familia de Fabi me recibió con los brazos abiertos, con una calidez que hizo que me sintiera parte del grupo desde el primer instante. Allí conocí a su hermana, su marido y a sus dos sobrinitos, dos pequeños llenos de energía y travesuras que no paraban de hacerme reír. También estaban sus padres, los padres del marido de su hermana y su cuñada.
Éramos un montón, y todos juntos pasaríamos la Navidad en aquella casita acogedora.
La comunicación, como podrán imaginar, fue todo un desafío. Mi francés era inexistente y ellos hablaban aún menos español, pero descubrí que las risas son un idioma universal.
Cada malentendido se transformaba en una excusa para bromear, aprender nuevas palabras y compartir momentos de complicidad.
La Cena de Nochebuena: Un Banquete Inolvidable
Esa noche, cenamos de maravilla. Me fui a dormir pensando en lo bien que la estaba pasando y en todo lo que nos esperaba al día siguiente: la Navidad.
Y qué Navidad… Fue simplemente mágica.
En la mesa nos esperaba un festín digno de reyes: panes artesanales, pato, foie gras, gambas, quesos de todo tipo y una selección de vinos cuidadosamente elegidos para cada plato.
El brindis, por supuesto, fue con champagne.
Después de la cena, llegó un momento inolvidable: los villancicos en francés.
Yo intentaba seguir el ritmo y la letra como podía, pero entre risas y alguna mirada cómplice de Fabi, la escena se convirtió en un momento único de diversión y cariño.
Descubriendo el Arte de la Cocina Francesa
Había tenido mi primer contacto con la gastronomía francesa en casa de sus padres, donde descubrí sabores que nunca había probado.
Pero aquí, con su hermana y toda la familia reunida, mis sospechas se confirmaron:
👉 La cocina francesa no es solo comida, es una experiencia, un verdadero arte.
Dicen que a un hombre se lo enamora por el estómago, ¿no? Bueno, creo que gran parte de mi amor por Francia nació también de lo bien que se come aquí.
Cada plato que llegaba a la mesa parecía contar una historia.
Desde el foie gras untado en una tostada crujiente, acompañado de un vino semidulce de Alsacia, hasta los quesos con texturas y aromas intensos, siempre maridados con panes rústicos y vinos elegantes, como si cada combinación hubiera sido creada para encontrarse.
Nada se dejaba al azar, Los contrastes de sabores, La armonía en los ingredientes, La elegancia en la presentación.
Pero no era solo la comida lo que me impactaba.
Estaba empezando a comprender algo más profundo:
👉 La forma en que los franceses disfrutan la vida.
El Secreto Francés: Hacer de Cada Momento una Celebración
Para ellos, incluso las cosas más simples pueden convertirse en una celebración.
El momento de la comida no es solo para alimentarse. Es un espacio para compartir, para reír, para disfrutar.
Desde la elección de los ingredientes hasta la forma en que se sirve cada plato, todo está pensado con esmero.
Y eso, simplemente, me encantaba.
Era como si la vida aquí estuviera diseñada para ser saboreada, no solo en los grandes momentos, sino en los pequeños gestos cotidianos.
Cada instante tenía su propia magia, y yo no podía dejar de maravillarme ante la forma en que todos parecían disfrutar del momento presente.
7. Bicicletas, Castillos y una Cena con Sabor Argentino
Pedaleando entre Bosques y Realeza
Al día siguiente, decidimos salir todos juntos a pasear en bicicleta.
El destino: los bosques de Fontainebleau, un lugar donde los reyes de Francia solían perderse en sus jornadas de caza.
Mientras pedaleábamos, me sentía dentro de un cuento.
Los árboles altos y majestuosos formaban un dosel natural que filtraba la luz del sol, mientras el aire fresco, impregnado de olor a vegetación tupida, llenaba nuestros pulmones.
El paseo culminó en el imponente Château de Fontainebleau, una residencia real con siglos de historia, que había sido testigo de los días más gloriosos de Francia.
Recorrimos sus salones opulentos, con espejos dorados, cortinas de terciopelo y pisos antiguos que resonaban con cada paso.
Saber que aquel castillo había sido el hogar favorito de Napoleón solo hacía que la experiencia se sintiera aún más grandiosa.
Por un momento, caminando por aquellos pasillos, era imposible no imaginarse la historia respirando entre sus muros.
Un Encuentro de Culturas en la Cocina
Uno de esos días, tuve una idea que llenó la casa de entusiasmo:
“¡Vamos a hacer empanadas argentinas!”.
La familia de Fabi, siempre dispuesta a nuevas experiencias, no tardó en aceptar la propuesta.
Así que nos pusimos todos manos a la obra.
Pero claro, el desafío no era menor. Había que preparar docenas de empanadas y, por supuesto, olvídate de comprar las tapas.
La cocina se llenó de harina, risas y un caos organizado que, para mí, tenía el aroma inconfundible de sentirme en casa.
Yo me movía por la cocina con entusiasmo, explicando paso a paso cómo debía hacerse el relleno, cómo lograr el equilibrio perfecto entre jugosidad y consistencia. Mientras tanto, Fabi traducía en simultáneo para que todos pudieran seguir las instrucciones.
Algunos intentaban con dedicación hacer el repulgue perfecto, concentrados en cada pliegue de la masa, mientras otros reían al ver cómo sus empanadas tomaban formas un tanto extrañas. Pero al final, todos estábamos disfrutando el proceso, cubiertos de harina y compartiendo una experiencia que nos unía más allá del idioma.
Un Bocado de Argentina en Francia
Cuando llegó la hora de la cena, la mesa estaba llena de bandejas con empanadas doradas, cada una con su propia imperfección perfecta.

Al primer bocado, las exclamaciones de sorpresa y satisfacción no se hicieron esperar.
Me llenó de orgullo compartir con ellos un pedacito de mi tierra, algo tan nuestro, tan argentino.
Mientras todos brindábamos, Fabi me miró con una sonrisa especial, una de esas sonrisas que lo dicen todo sin necesidad de palabras.
“Este es tu lugar, aquí con nosotros”.
Y en ese momento, lo supe.
Era una noche perfecta, donde dos culturas diferentes se habían encontrado alrededor de una mesa, unidas por el simple y poderoso acto de compartir una comida hecha con cariño.
8. El Arte de Vivir y un Futuro Incierto
Un Viaje que Dejó Huella
Esos días en París y Saint-Mammès, entre sorpresas, momentos compartidos y nuevos descubrimientos, dejaron en mí una profunda marca.
Por primera vez, caí en la cuenta de que mi vida estaba tomando un rumbo que nunca había imaginado.
Te das cuenta todo lo que vivimos en este increíble diciembre?
Desde la fiesta en Sarrià hasta la magia de París iluminada por la Navidad.
Las sorpresas de Fabi, el recorrido en barco por el Sena, las cenas exquisitas, la calidez de su familia…
Y, a pesar de las resacas, las descomposturas y todas las pequeñas dificultades, siempre les hacíamos frente con humor, paciencia y complicidad.
Era como si cada desafío no hiciera más que acercarnos aún más.
Descubriendo el Arte de Vivir
Ahí entendí algo.
No era solo París. No eran solo los paisajes nevados, ni la belleza de los castillos o la historia que susurraban las piedras antiguas.
Era algo más profundo.
Algo que estaba comenzando a descubrir en la manera en que Fabi y su familia vivían la vida.
Todo tenía su tiempo.
Cada comida era una celebración, cada paseo una oportunidad para asombrarse.
Los pequeños placeres importaban, los momentos se saboreaban sin apuro.
Estaba empezando a comprender lo que significa «l’art de vivre à la française».
No era solo una forma de vivir.
Era una manera de sentir, de darle valor a cada instante, de entender que la felicidad no siempre está en los grandes acontecimientos, sino en la forma en que elegimos vivir los pequeños momentos.
Un Giro Inesperado
Pero, como ocurre con las mejores historias, el cambio siempre está a la vuelta de la esquina.
Justo cuando pensábamos que habíamos encontrado nuestro lugar, la vida nos sorprendió con una nueva encrucijada.
Lo que vino después nos llevó a tomar una decisión que cambiaría nuestro destino para siempre.
Un nuevo hogar nos esperaba. Un compromiso que no habíamos planeado se puso sobre la mesa. Y, sin previo aviso, recibimos una noticia que nos sacudió hasta lo más profundo.
En el próximo episodio, te contaré cómo un simple deseo de compartir una vida juntos nos llevó a un giro que jamás habríamos imaginado.
Porque a veces, el amor no solo te encuentra… te desafía a saltar al vacío sin mirar atrás.
El Mapa de París, Luces, sorpresas y un amor en invierno

Querido lector,
Este artículo ha sido escrito por mí, Diego, que vivo en Francia desde hace algunos años y recorro este hermoso país desde hace muchos más! Y se inspira en mis experiencias y los gustos míos y de mi familia.
Me encanta dar a conocer los pueblos encantadores de Francia y todo lo que hay para hacer por aquí y sé que muchas veces la organización de un viaje puede ser complicado. Es por esto que, mediante mis guías, intento inspirarte y ayudarte en vuestra planificación.
Espero que hayas disfrutado de la lectura de este artículo y, sobre todo, que sea de utilidad.
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