Un sueño, una decisión y un giro inesperado
Francia seguía dejándome sin palabras. Con cada viaje, con cada pueblo encantador que descubríamos, con cada pequeño ritual de su gente, sentía que este país me hablaba de una manera nueva. Algo en su arte de vivir, en su conexión con la historia, en la calidez de sus calles y su gente, se me iba metiendo bajo la piel.
Mientras tanto, en Barcelona, nuestra vida seguía evolucionando. Con Fabi comenzamos a imaginar un futuro distinto, más en contacto con la naturaleza, con más espacio para crecer. Fue entonces cuando tomamos una decisión que marcaría un antes y un después.
Pero fue bajo la luna en Peñiscola que el destino dio un gran giro. En medio de todos estos cambios, hubo una pregunta, una sola, que selló el inicio de un nuevo capítulo en nuestra historia.
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De Barcelona a Lunel: Entre viajes, familia y la magia del sur de Francia
Volver a Barcelona con el corazón lleno
Después de aquel viaje a París y nuestra blanca Navidad en familia, volvimos a Barcelona con el corazón lleno y la certeza de que estábamos construyendo algo sólido. La vida siguió su curso: días de trabajo, cenas con amigos, visitas de familiares, escapadas a Peñíscola y, por supuesto, nuestros viajes cada dos meses a Lunel, en el sur de Francia.
Era un ritual que se había instalado en nuestra vida. Cuando nos daba ganas de escaparnos, hacíamos nuestras valijitas, nos subíamos al auto, poníamos música y partíamos con la ilusión de siempre. Sabíamos que del otro lado nos esperaban días de desconexión y buenos paseos. Lunel era nuestro destino, la casa de los papás de Fabi.
Lunel, nuestro refugio entre dos mundos

Lunel es un pueblito estratégicamente ubicado entre dos ciudades fascinantes: Nîmes, la petite Rome, llena de vestigios romanos que te hacen sentir que en cualquier momento podrías cruzarte con un gladiador, y Montpellier, una ciudad vibrante, universitaria y llena de vida.
Con sus calles peatonales animadas, plazas sombreadas y elegantes edificios del siglo XVII, Montpellier es una mezcla perfecta entre historia y modernidad. Caminar por la Place de la Comédie, con su atmósfera bohemia y sus cafés siempre llenos, o perderse en las callecitas del barrio antiguo, era sumergirse en el alma de una ciudad que nunca deja de moverse.
Y recuerdo siempre de manera super simpática, que fue justamente en una de sus encantadoras plazas del casco antiguo, por donde un día paseábamos con Fabi. Allí estábamos los dos paseando de la mano, dos enamorados charlando sobre vaya uno saber qué y, de repente, nos dimos un beso, lo normal en una pareja de enamorados. Y justo en ese instante pasó un joven que nos miró, alzó sus ojos al cielo y suspirando dijo: «C’est beau l’amour.»
Con Fabi nos miramos y largamos una carcajada algo contenida y sonrojados. Este tipo de escena nos pasó más de una vez en Francia. Los franceses son así de románticos, viste?
Montpellier y Nîmes: Entre historia y romanticismo
Lunel es un pueblito estratégicamente ubicado entre dos ciudades fascinantes: Nîmes y Montpellier.
Nîmes, la petite Rome

Nîmes es una ciudad donde los vestigios romanos siguen marcando el paisaje y la historia. Sus imponentes monumentos, como la majestuosa Arena de Nîmes, hacen que caminar por sus calles sea como viajar en el tiempo. A veces, me sorprendía imaginando que, en cualquier momento, podría cruzarme con un gladiador. El Pont du Gard, ese acueducto romano impresionante que ha resistido siglos, también formaba parte de nuestras escapadas, convirtiéndose en el escenario perfecto para un picnic junto al río en los días de verano.
Montpellier, vibrante y llena de historia

Montpellier, por otro lado, tenía una energía completamente distinta. Vibrante y juvenil, con sus plazas sombreadas, calles peatonales animadas y elegantes edificios del siglo XVII, la ciudad respiraba historia sin dejar de ser moderna. Caminar por la Place de la Comédie, con su atmósfera bohemia y sus cafés siempre llenos, o perderse en las callecitas del barrio antiguo, era sumergirse en un ritmo de vida que nunca se detenía.
Un instante romántico inesperado
Recuerdo siempre de manera simpática un momento que nos sucedió en una de las encantadoras plazas del casco antiguo de Montpellier. Fabi y yo paseábamos de la mano, charlando sobre vaya uno a saber qué, y de repente nos dimos un beso, como cualquier pareja enamorada. Justo en ese instante, un joven pasó a nuestro lado, alzó los ojos al cielo y suspiró: «C’est beau l’amour.»
Con Fabi nos miramos y largamos una carcajada algo contenida y sonrojados. Este tipo de escena nos pasó más de una vez en Francia. Los franceses son así de románticos, viste?
El arte de vivir a la francesa: familia, comida y paisajes inolvidables
Cada visita a Francia me dejaba con el corazón lleno… al igual que el estómago.

La madre de Fabi, con una calidez infinita, me trataba como si fuera su nieto favorito, no su hijo, aún más lejos, su nieto. Viste que los abuelos les dan todos los gustos a sus nietos? Bueno, ella era así conmigo. Siempre asegurándose de que estuviera bien alimentado. No importaba cuánto dijera que ya estaba lleno, ella encontraba la manera de hacerme probar algo más o de servirme otro plato. Y, confieso… yo tampoco me resistía mucho. Preparaba los platos más deliciosos, siempre vigilando que no faltara nada de lo que me gustaba. Era como si adivinara cada uno de mis antojos, y yo me dejaba consentir sin reparos.
Aventuras sobre dos ruedas
Con su padre, en cambio, las delicias culinarias daban paso a la aventura. Pasábamos horas recorriendo en bicicleta la región. Nos adentrábamos en pueblitos pintorescos, con calles de piedra, antiguas casonas, châteaux, iglesias, atravesábamos frondosos bosques, viñedos, pasábamos al lado de campos con toros, caballos blancos y, a veces, incluso nos aventurábamos en los pantanos de la región.
Allí, muy cerquita de Lunel, hay una zona con grandes espejos de agua que forma parte de lo que se llama la Petite Camargue. En ese lugar se reúnen miles de flamencos rosados, además de otras aves, y entonces vivíamos un espectáculo único, digno de una postal viva que parecía sacada de un sueño.
Historias y paisajes que cobran vida
Durante esos paseos, el padre de Fabi me contaba anécdotas de su infancia. Con ojos brillantes y una sonrisa nostálgica, relataba cómo exploraba esos mismos caminos cuando era niño. Cada rincón tenía una historia; él parecía conocer cada sendero, cada escondite, cada detalle de la región. Era como pedalear junto a un guía que llevaba el alma del lugar consigo, mostrándome los paisajes y los recuerdos que ellos albergaban.
Siempre volvíamos con algo en la mochila: melones frescos recogidos de los campos o flores que recogíamos para sorprender a nuestras mujeres. Recuerdo una vez, en el medio de la nada, muy cerca de estos pantanos, cuando nos metimos en un campo cubierto de flores silvestres, les saladelles se llaman. Es un tipo de flor que dura mucho tiempo.
Casi que nos arrastramos por debajo de un alambrado, penetramos en aquel terreno y comenzamos a seleccionar y recoger pequeños ramos. Él, tranquilo y seguro, comenzó a hacerlo como si fuera lo más natural del mundo, mientras yo luchaba contra mis nervios al escuchar el zumbido de miles de abejas revoloteando a nuestro alrededor. Nunca estuve en medio de una nube de abejas como ese día.
Mi corazón latía acelerado, pero mi suegro me tranquilizó con una simple sonrisa.
“Ellas están trabajando, igual que nosotros”, dijo.
Y tenía razón: las abejas recogían su polen, mientras nosotros nuestras flores, todo en perfecta armonía. Mientras no las molestes, ellas no te harán tampoco nada.
La calidez de un hogar
Durante esas escapadas a Lunel, además de descubrir paisajes increíbles, también comencé a entender más sobre la familia de Fabi y su forma de disfrutar la vida. Su madre, siempre tan cálida, nos recibía sonriente y con una hospitalidad que me hacía sentir en casa desde el primer momento.
Sus platos, preparados con tanto esmero y acompañados de deliciosos vinos de la región, eran un verdadero festín. No había ocasión en la que no intentara sorprendernos con algo especial.
Saint-Guilhem-le-Désert, Uzès, Aigues-Mortes y más
Por otro lado, su padre nos indicaba siempre un pueblo, una cascada, un río o algún rincón mágico que debíamos ir a conocer. Siempre tenía una recomendación lista, y lo más increíble era que nunca se equivocaba.
Saint-Guilhem-le-Désert: un pueblo de cuento

Así fue que conocimos Saint-Guilhem-le-Désert, un pequeño pueblo medieval enclavado entre montañas, con un monasterio benedictino que parecía sacado de un cuento. Sus callecitas empedradas, flanqueadas por casas de piedra con flores en los balcones, nos invitaban a perdernos en el tiempo.
Uzès: un festín de colores y sabores

También descubrimos Uzès, con su mercado vibrante que parecía un festival de colores y aromas. Aquí, los puestos rebosaban de quesos artesanales, panes recién horneados, aceitunas marinadas y especias que perfumaban el aire. Pasear entre los comerciantes, escuchando sus historias y recomendaciones, era casi un ritual.
Aigues-Mortes: una ciudadela detenida en el tiempo

Aigues-Mortes nos impresionó con su imponente ciudadela amurallada. Fundada por Saint Louis en el siglo XIII, esta ciudad fortificada parecía detenida en la época de las cruzadas. Caminar por sus murallas, con vistas panorámicas a las salinas rosadas que rodeaban la ciudad, era una experiencia única.
Pont du Gard: historia y naturaleza en perfecta armonía

Y luego estaba el Pont du Gard, un acueducto romano majestuoso que atravesaba el paisaje con su estructura imponente. Pasar el día allí significaba disfrutar de la sombra de los árboles, mojar los pies en el río y hacer picnics que se extendían hasta el atardecer.
El arte de vivir: días de río y picnics inolvidables
Acá en verano es habitual ir a pasar el día a algún río o cascada con la familia o amigos. Ese es también l’art de vivre à la française.

Recuerdo los picnics que hacíamos cuando nos íbamos a pasar el día al río. Aquellas canastas que llevábamos, llenas de panes, quesos, frutas frescas, patés y no sé cuántas cosas más. Cada detalle estaba cuidado, cada momento se sentía especial. Cada almuerzo era una celebración para los sentidos.
La música como lenguaje del alma
Un susurro en el aire
Otro día, durante una de esas mañanas primaverales, de esas en las que el sol acaricia la piel sin quemar y el aire huele a flores, estaba en el jardín de la casa tomando un aperitivo con su padre. Charlábamos, relajados, cuando de repente escuché una música dulce que flotaba en el aire, como un susurro que venía desde el interior de la casa.
Al principio yo me imaginé que alguien había puesto la radio. Tal vez habían subido el volumen para que se escuchara desde el jardín, pensé. Pero había algo en esa melodía… era demasiado delicada, demasiado viva.
Su padre, con una sonrisa cómplice, me miró y me hizo una seña para que lo siguiera. Sin entender del todo, me levanté y lo seguí hacia adentro.
Un instante inolvidable
Apenas crucé la puerta del salón, me detuve en seco.
Frente a mí, con la luz del mediodía entrando a través de los ventanales, estaba Fabienne tocando el piano.
Sus manos se deslizaban suavemente sobre las teclas, dando vida a una melodía que jamás había escuchado antes. “Nostalgy”, supe después, del famoso Richard Cleiderman. Pero en ese instante, no importaba el título. Solo importaba la magia de ese momento.
Fue un momento emocionante. La piel se me erizó. Nunca la había visto tocar el piano. Sabía que de chica había tomado clases, pero nada más. Y lo hacía con una dulzura, con una serenidad, con una sensibilidad tan pura que me dejó sin aliento.
No quería interrumpir. Me quedé en la puerta, observándola, dejando que cada nota me envolviera. Había algo en su expresión, en la forma en que cerraba los ojos por momentos, en la delicadeza con la que sus dedos acariciaban las teclas, que me atravesó por completo.
Un amor que crecía en cada nota
Ese instante quedó grabado en mí para siempre. No solo por la sorpresa de descubrir un talento que desconocía en ella, sino porque, en ese preciso momento, sentí algo que iba más allá de la admiración.
Fue como si, a través de la música, Fabienne me revelara algo más profundo de sí misma. Algo que no se puede decir con palabras, pero que se siente con el alma.
Y ahí, en ese rincón del sur de Francia, entre melodías que flotaban en el aire y el aroma del campo entrando por las ventanas, supe con certeza que me estaba enamorando cada vez más.
Pero no solo de Fabienne. También de todo lo que la rodeaba.
Porque no era solo ella, era su mundo. Su manera de saborear cada instante, de transformar lo cotidiano en algo especial.
Sumergiéndome en la historia y la literatura de Francia
Cuanto más descubría Francia, más quería conocer.
Este país, que ya sentía como mi segundo hogar, despertaba en mí un deseo de explorarlo más allá de mis viajes. Así que me sumergí en su historia y en su literatura.
Clásicos de la literatura francesa
Me devoré Los Miserables, una historia increíble que me transportó a la Francia del siglo XIX, con sus miserias y sus luchas, pero también con su espíritu de redención. De Victor Hugo también leí Notre-Dame de Paris, donde conocí la historia original de Quasimodo.
Luego vino Alexandre Dumas, con Los tres mosqueteros y El conde de Montecristo, historias llenas de aventuras, traiciones y pasiones que me hicieron sentir que caminaba por los callejones de París con Athos, Porthos y Aramis, o que sufría junto a Edmond Dantès su anhelo de venganza.
La historia de Francia en las páginas
Pero no solamente la ficción me atrapó. Quería entender más sobre la historia real de Francia, sobre aquellos personajes que habían marcado su destino.
Leí la biografía de Juana de Arco, la heroína que desafió su tiempo y contribuyó a la victoria de Francia en la Guerra de los Cien Años. Me sumergí en la vida de Napoleón, desde su ascenso meteórico hasta su derrota en Waterloo, una batalla que selló su destino y el de toda Europa.
La historia se hace real
Mientras leía, los nombres y lugares dejaban de ser simples referencias en un libro. Muchos de ellos los había recorrido, los había visto con mis propios ojos. Saber que esas tierras por las que ahora paseaba habían sido testigos de siglos de historia le daba a cada viaje un significado especial.
Francia era un país que estaba empezando a sentir como parte de mi propia historia. Y, sin darme cuenta, con el paso del tiempo, ese sentimiento se asentaba en mi interior, creciendo en cada visita, en cada nuevo rincón descubierto, en cada conversación con su gente.
Un nuevo sueño: de Barcelona a Gelida
La búsqueda de un nuevo hogar
Fabi y yo comenzamos a soñar despiertos sobre nuestro futuro. En esas largas charlas que teníamos mientras paseábamos por las calles de Barcelona, nos imaginábamos una vida tranquila, rodeados de naturaleza, donde pudiéramos pensar en formar una familia.
Sabíamos lo que queríamos: un lugar lo suficientemente cerca de Barcelona como para no sentirnos desconectados, pero lo suficientemente lejos como para disfrutar de paz y serenidad.
Fue en una de esas tardes tranquilas, sentados en una pequeña plaza a la vuelta de nuestro departamento en Sarrià, cuando tomamos la decisión. Habíamos construido tanto juntos, pero sentíamos que era momento de dar un nuevo paso. Queríamos un hogar grande para llenarlo de vida.
La búsqueda comienza
Y así comenzó nuestra búsqueda. Nos lanzamos con entusiasmo a recorrer pueblos cercanos, explorando calles, imaginándonos en cada rincón. Algunas casas eran demasiado grandes, otras demasiado pequeñas. A veces, el entorno era perfecto, pero al cruzar la puerta, algo no terminaba de encajar.
Era como si esperáramos esa sensación, ese «sí, este es el lugar», pero ninguna nos lo daba. Nos encontramos con tejados demasiado bajos, cocinas diminutas, barrios demasiado ruidosos… lo típico de cuando buscas casa, ¿no?
Lo cierto es que, aunque a ratos la búsqueda se volvía agotadora, en el fondo había algo emocionante en imaginar dónde sería nuestro próximo capítulo.
Un pequeño pueblo desconocido
Durante algunos días pasamos horas navegando en la web, viendo distintas opciones y descartando lugares que no encajaban del todo con lo que queríamos.
Y fue en una de esas búsquedas que nos encontramos con un pequeño pueblo del que nunca habíamos oído hablar.
La descripción mencionaba un lugar rodeado de naturaleza, con una estación de tren conectada con Barcelona, lo cual estaba bien, y una tranquilidad que sonaba perfecta para lo que buscábamos.
Decidimos entonces que valía la pena ir y verlo con nuestros propios ojos.
Un camino que nos acercaba a nuestro sueño
El camino fue como adentrarnos en otro mundo: colinas cubiertas de viñedos, una brisa fresca entrando por la ventana y esa sensación de que algo especial nos esperaba al final del trayecto.
Recuerdo el trayecto hacia la casa que íbamos a visitar.
Subíamos por una carretera estrecha que serpenteaba entre un tupido y verde bosque. El aire era fresco, y podías oler la tierra húmeda y los pinos que nos rodeaban.
Todo se sentía diferente.
Había algo en el ambiente que nos hacía sentir… ¿cómo decirlo?
En casa ?
Primeras impresiones: ‘Es aquí’
Cuando llegamos a la propiedad, tengo en mi mente el momento en el que cruzamos la entrada con curiosidad, pero sin grandes expectativas. Sin embargo, apenas entramos al salón, todo cambió.
La casa era grande, a estrenar, totalmente vacía, pero tenía algo que la hacía especial: una vista que quitaba el aliento.

Cuando Fabi entró al salón, se quedó en silencio. Caminó despacio hasta el ventanal principal, que daba hacia un amplio balcón, y se detuvo frente a la vista. Desde allí, el bosque se extendía como un manto verde hasta el horizonte, y el Montserrat se alzaba majestuoso en la lejanía, bañándose en la luz dorada del atardecer.
«Es aquí», me dijo con una voz suave y llena de convicción.
Vi cómo sus ojos brillaban mientras miraba el horizonte, ya desde el balcón, y en ese instante supe que habíamos encontrado nuestro lugar.
No necesitábamos buscar más.
La vida en Gelida: naturaleza y comunidad
Nos mudamos enseguida, emocionados por comenzar esta nueva etapa. Así éramos nosotros: directos, impulsivos, pero siempre en sintonía. Cuando algo nos gustaba, no dábamos muchas vueltas. Nos lanzábamos convencidos, al unísono, con una confianza casi mágica en nuestras decisiones.
Ni habíamos visto el pueblo, pero ahí estábamos nosotros, embaladísimos haciendo no sé cuántos viajes de Barcelona a Gelida con los coches llenos de cajas y muebles. Decí que justo Sarrià está justo a la salida de Barcelona. Si no, atravesar la ciudad en cada viaje hubiera sido de locos.
Nuestro rincón en la naturaleza
Gelida es un pequeño pueblo de Cataluña de apenas 6000 habitantes, a 30 km al oeste de Barcelona, y la casa ni siquiera estaba allí, sino en una urbanización a unos 7 km, rodeada de viñedos, sobre una colina y con un frondoso bosque de pinos a sus espaldas.

Ese apacible y verde rincón se convirtió en nuestro nuevo hogar.
Era un lugar súper tranquilo, donde las mañanas comenzaban con el canto de los pájaros y el aroma fresco del rocío en los pinos que rodeaban nuestra casa. Y fue aquí donde nuestra vida comenzó a llenarse de momentos simples y hermosos.
La calidez de nuestros vecinos
Pero no estábamos solos. Nuestra adaptación fue aún más fácil gracias a nuestros vecinos, que le dieron a nuestros días allí un toque especial.
De un lado, estaban las ardillas, que saltaban de pino en pino con una energía inagotable, como si fueran las verdaderas dueñas del bosque.
Y del otro lado, teníamos a Marina y Luis, un matrimonio encantador que nos recibió con una calidez que nos ayudó a sentirnos como si este fuera nuestro barrio de siempre, desde el primer día.
Con ellos, la vida allí se volvió aún más agradable. De a poco, empezamos a compartir momentos especiales, desde charlas improvisadas en la puerta de casa, hasta domingos de paella en su jardín.
Los domingos de paella y el arte de Luis
Y qué paellas… Luis tenía un talento indiscutible para prepararlas. Cuando ponía su paella en la barbacoa y el aroma comenzaba a esparcirse, sabías que estabas a punto de probar algo espectacular.
No exagero si te digo que fueron de las mejores que probé en mi vida. ¡Qué buenas paellas hacía Luis!
Aventuras en el bosque: cortar leña y compartir
Otros días, nos aventurábamos juntos en el bosque, armados con nuestras hachas y motosierras, listos para cortar leña. Juntábamos un montón para la chimenea en los días más fríos.
Era un ritual que disfrutábamos realmente y durante el cual nos divertíamos mucho.
El sonido del hacha golpeando la leña resonaba en el silencio del bosque, mezclándose con el canto lejano de los pájaros y el susurro del viento entre los árboles. A veces, nos deteníamos un momento solo para escuchar. Para respirar. Para sentir la inmensidad del bosque a nuestro alrededor.
Cuando la pila de troncos ya era respetable, nos mirábamos con orgullo, como si hubiéramos conquistado algo, aunque fuera solo una montaña de leña para el invierno.
Comida, naturaleza y gratitud
Y después, venía lo mejor: un merecido almuerzo compartido. Nos sentábamos afuera, con la vista del bosque extendiéndose ante nosotros, y disfrutábamos de una buena comida casera, mientras el aroma de la leña recién cortada seguía impregnando el aire.
Qué lindos recuerdos, esos días… pequeños momentos de esfuerzo, risas y conexión con la naturaleza, que hoy, al recordarlos, me llenan de nostalgia y gratitud.
Mi gran desafío: construir una parrilla
Viviendo en Gelida fue donde también descubrí algo inesperado: un amor por el jardín. Lo fui arreglando poco a poco, añadiendo un poquito de plantas aquí y otro poquito por allá, transformándolo en un espacio donde nos encantaba pasar el tiempo.
Y en el centro del jardín, me propuse construir algo muy especial. Una gran parrilla.
Una parrilla, o barbacoa, que se convertiría en el corazón de nuestras reuniones, un lugar desde donde pudiera dominarlo todo mientras preparaba asados y paellas para los amigos y la familia que venían a visitarnos.
Primeros intentos… y un pequeño desastre
En mi vida había construido nada. Así que ese constituía todo un desafío para mí. Pero no me importaba, quería sentir al final de la tarea el orgullo de haber construido algo.
Salvo que, después de unos días de pelearme con los ladrillos, la mezcla y con no sé cuántas cosas más, logré recién levantar los pequeños muros sobre los que se sostendría toda la estructura. Ahhh, qué contento que estaba.
Ese día, me fui a dormir sonriente.
A la mañana siguiente, desayuné impaciente para ver mi obra, en la que estuve pensando toda la noche, imaginándome planos y bosquejos. Vamos, ya sentía el humo de la carne asándose.
Fui corriendo al jardín y allí estaban, los cuatro muritos de pie, orgullosos tanto como yo. Me acerqué, toqué uno de ellos y prrrummmm, se vino abajo. Lo mismo con el otro y con el otro. No lo podía creer. Todo se derrumbaba del mismo modo que mi ilusión…
El rescate de Luis y el orgullo del asador
Finalmente, tuvo que venir a mi rescate mi vecino Luis, que de construcción sabía bastante más que yo, y me echó una mano para poder continuar y que nada más se cayera.

Esa parrilla terminó siendo un verdadero orgullo personal, no solo porque, a pesar del sudor y lágrimas que me costó, era lo primero que levantaba en mi vida, sino también por su imponente presencia: casi dos metros y medio de ancho, completamente equipada y lista para cualquier banquete.

Recuerdo con cariño cómo todos se sorprendían al verla. Allí, una parrilla de esas dimensiones es algo inusual, casi extravagante te diría. Para mí, argentino y amante de los asados, era lo más natural del mundo, pero para los demás era un pequeño espectáculo.
Entre risas y comentarios, admiraban esa estructura que parecía casi desmedida para sus estándares.
Más que ladrillos, un puente entre culturas

Construirla fue más que levantar ladrillos; fue traer un pedazo de mis raíces y compartirlo en este rincón del mundo. Y cada vez que encendía el fuego, sentía que había creado un puente entre dos culturas, un lugar donde las historias se cuentan alrededor de las brasas y donde todos se sienten en casa.
Esa era mi base en medio de la naturaleza, un espacio pensado para compartir. Allí, frente al fuego, con el aroma de la carne y las verduras cocinándose lentamente, se creaban algunos de los mejores recuerdos de nuestra nueva vida. Y siempre con el susurro de los pinos meciéndose al viento y el Montserrat mirándonos desde el horizonte.
Nuestra conexión con Francia seguía creciendo
La pasión por los brocantes: cazadores de tesoros antiguos
No te imaginás lo que hacíamos en aquella época… Estábamos completamente locos por las antigüedades. Pero locos de verdad, ¿sabés?
Y es que en Francia hay cosas tan lindas y tantas, que nos embarcamos en nuestra propia búsqueda del tesoro. Tal cual.
Nos hacíamos auténticos tours por los pueblos en busca de brocantes, solo para descubrir reliquias con historia que pudiéramos llevar a casa y convertir en parte de nuestro día a día.
Les brocantes son tiendas de antigüedades, y en Francia no te podés imaginar la cantidad que hay. En algunos pueblos están por todas partes. Era la excusa perfecta para perdernos por rincones que jamás habríamos descubierto de otra manera.
Nos encantaba. Cada viaje era una nueva aventura: recorríamos carreteras estrechas, nos metíamos en pueblitos encantadores y pasábamos horas rebuscando entre muebles antiguos, relojes de otra época, vajillas de porcelana y espejos con marcos dorados que parecían sacados de un palacio.
De hecho, gran parte de los muebles para nuestra casa los compramos en Francia.
El regreso del piano de Fabi
Un día, después de recorrer algunas brocantes y casas de muebles, con la inspiración a flor de piel, elegimos el juego que nos gustaba para el salón y pam, los compramos.
La cuestión ahora era cómo los llevábamos a Barcelona.
Y ahí es cuando Tontón Daniel vino a nuestra ayuda.
En Francia, a los tíos se les llama de manera cariñosa «Tontón», y él, siempre súper divertido y dispuesto a ayudarnos, vino un día hasta nuestra casa en Barcelona con su camioneta para traernos los muebles que habíamos comprado.
Y ¿sabés qué? No venía solo.
Entre las sillas, mesas y el buffet, había algo más: el piano de Fabienne.
¡Claro! Ahora que sabía lo bien que tocaba, lo quería en casa. No podía imaginarme nuestra vida sin aquellas melodías que me habían emocionado tanto la primera vez que la escuché tocar en Lunel.
Así que ahí estábamos, descargando muebles y, entre ellos, ese piano súper frágil, pero de unos 300 kg, que terminó movilizando a medio barrio.
Vecinos que apenas conocíamos aparecieron como por arte de magia, junto con Marina y Luis, que venían siempre a darnos una mano, cada uno con su teoría sobre cómo mover semejante armatoste sin destrozar el suelo ni nuestras espaldas.
Y después de varias maniobras, risas y algunas gotas de sudor, finalmente lo acomodamos en el salón.
Ahí quedó, imponente, listo para llenar nuestra casa de música… y para recordarme, cada vez que Fabi tocara, aquella mañana luminosa de primavera en Lunel, cuando la descubrí por primera vez al piano y me dejó sin palabras.
La tradición de hacer todo en casa
Si algo había aprendido en nuestras visitas a Francia, era que aquí existe una costumbre muy arraigada: la de preparar muchas comidas en casa, con sus propias manos, en lugar de ir a comprarlas al súper.
Desde el pan hasta las conservas, pasando por el helado y el yogur, todo tenía ese toque casero y auténtico que no se encuentra en ningún supermercado.
La magia de los desayunos caseros
Y Fabienne trajo esa tradición a nuestro hogar en Gelida, convirtiéndola en parte de nuestra rutina y, sin saberlo, en uno de mis pequeños placeres cotidianos.
Pero espera, porque no hacía solo el pan. También croissants doraditos, pains au chocolat irresistibles, muffins esponjosos, brioches y hasta el pan dulce de Navidad, con su aroma a manteca y azahar impregnando toda la casa.

Por las mañanas, el aroma del pan recién horneado inundaba la casa. No había nada como despertarse con ese perfume y saber que el desayuno sería un verdadero festín.
Pero el pan no venía solo: Fabienne también preparaba sus propias mermeladas, claro, cocinándolas a fuego lento, con paciencia y cariño. Teníamos de higos, de albaricoques, damascos, de fresas… Y cuando me tocaba a mí abrir uno de esos frascos y untar una generosa cucharada sobre una rebanada tibia, sentía que cada bocado era un lujo simple, de esos que hacen que la vida sea más dulce, literalmente.
Más que comida, un gesto de amor
Todo sabía mejor, porque detrás de cada trozo de pan con mermelada había tiempo, dedicación y amor.
Me encantaba ver a Fabi en la cocina, amasando con energía, espolvoreada con harina hasta la nariz, mientras tarareaba alguna canción francesa. Siempre decía que no tenía ningún secreto especial, que solo seguía la receta de su madre, pero para mí, su pan y sus mermeladas tenían algo más.
Tal vez era el amor con el que los hacía, o quizá era simplemente la magia de esos momentos, en los que la cocina se convertía en un rincón de calidez y felicidad.
Y así, entre hogazas doradas y frascos llenos de dulzura, nuestra vida en Gelida se tejía con costumbres nuevas y antiguas, con pequeños gestos que hacían de nuestra casa un hogar.
Un giro inesperado: una noche mágica en Peñíscola
La proposición
Era una noche tranquila, con la luna llena reflejándose en el mar. El sonido de las olas acompañaba nuestras conversaciones mientras caminábamos por esas callecitas empedradas, rodeadas de casitas blancas y coronadas por el imponente castillo.
En ese instante, sentí que el momento era perfecto. El corazón me latía a mil, y cada palabra que iba a decir parecía bailar en mi mente antes de encontrar su orden. Me armé de valor y al borde del mar, bajo la luz de la luna, le pedí a Fabi que se casara conmigo.
Le entregué el anillo que había buscado durante semanas y ella me miró con esos ojos que siempre parecían brillar más bajo las estrellas y que ahora estaban llenos de lágrimas. Entonces, con una sonrisa que jamás olvidaré, me dijo:
—OUI.
Su emoción era palpable, y la mía no se quedaba atrás. Fue un instante mágico, uno de esos momentos que sabes que vas a atesorar para siempre.
Preparativos y una gran sorpresa
Comenzamos a planificar nuestra boda con la ilusión de quienes saben que están construyendo algo único. Todo parecía encajar perfectamente: la ceremonia sería en Gelida, en el pequeño ayuntamiento del pueblo que ya sentíamos como nuestro hogar, y luego organizaríamos una comida para los íntimos.
Y fue así, en medio de preparativos, entre elecciones de fecha, anillos y la emoción de compartir la noticia con nuestras familias, que creímos que este sería el capítulo más importante de nuestras vidas.
Pero el destino tenía otros planes
Pero el destino es un narrador caprichoso.
Cuando menos lo esperas, te cambia el guion. Te mueve las piezas sin previo aviso. Te quita o te da lo que no sabías que estabas esperando.
Nosotros pensábamos que estábamos organizando nuestro futuro… pero resulta que el futuro ya venía en camino.
Y lo que vino después, nos sacudió hasta lo más profundo.
Nada de lo que habíamos planeado nos había preparado para lo que estaba por venir.
Algo enorme estaba a punto de sucedernos. Algo que cambiaría nuestra historia para siempre.
Habíamos pasado por tantos momentos juntos… Desde aquel primer cruce de miradas en Playa de Aro, los desencuentros, las milongas en Barcelona, los viajes entre España y Francia, las promesas susurradas en noches estrelladas, los sueños que íbamos construyendo, paso a paso, sin saber a dónde nos llevarían realmente.
Y ahora, creíamos que estábamos con nuestra vida bajo control. Que éramos nosotros quienes llevábamos el timón. Pero la vida… la vida tenía preparada una jugada maestra.
Un giro inesperado que cambiaría para siempre nuestra manera de ver el futuro, nuestra relación y el significado mismo de la palabra nosotros.
Lo que estaba por llegar no se parecía a nada de lo que habíamos vivido antes.
Y lo que nos pasó te lo voy a contar en el próximo capítulo.
El Mapa de Un sueño, un cambio y una pregunta

Querido lector,
Este artículo ha sido escrito por mí, Diego, que vivo en Francia desde hace algunos años y recorro este hermoso país desde hace muchos más! Y se inspira en mis experiencias y los gustos míos y de mi familia.
Me encanta dar a conocer los pueblos encantadores de Francia y todo lo que hay para hacer por aquí y sé que muchas veces la organización de un viaje puede ser complicado. Es por esto que, mediante mis guías, intento inspirarte y ayudarte en vuestra planificación.
Espero que hayas disfrutado de la lectura de este artículo y, sobre todo, que sea de utilidad.
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