[Podcast] Episodio 7 : Un latido, una Señal del Destino

Del susurro al grito: el momento en que todo cobró sentido

Después de años de búsquedas, de decisiones importantes y de caminos que se entrelazan, una nueva señal aparece en el horizonte.


En este episodio, te llevo a un momento bisagra de nuestra historia: un instante tan breve como poderoso, que nos cambiaría para siempre.


Mientras Francia seguía revelándome su esencia, y el idioma dejaba de ser un obstáculo, una melodía inesperada, una emoción repentina y un latido suave pero firme nos mostraron que el destino tenía algo grande preparado.

Escucha ahora el episodio

Suscríbete a mi podcast en tu plataforma favorita para no perderte los próximos episodios!

Escucha mis Podcasts en tu plataforma favorita


Cuando todo empezó a tener sentido

Del primer “sí” a la sorpresa que cambiaría todo

En el episodio anterior te conté cómo, junto a Fabi, tomamos una decisión que cambiaría nuestras vidas para siempre. Íbamos a casarnos.

Nuestra historia, que había comenzado casi como un juego en un festival de tango, nos había llevado a compartir una vida juntos en Barcelona. Entre viajes a Peñíscola, donde conocí a su familia, y escapadas a Lunel, en el sur de Francia —el pueblo de su infancia—, fui descubriendo no solo más sobre ella, sino también sobre un país que poco a poco empezaba a conquistarme: Francia.

Francia y su magia cotidiana

Me fascinaba su forma de vivir, sus paisajes, la manera en que cada instante parecía estar diseñado para disfrutarse. Todo en ese país tenía una magia que me envolvía sin darme cuenta. Y mientras nuestra relación se fortalecía, también lo hacía mi conexión con ese lugar.

Nuestra boda estaba en marcha. Todo parecía alinearse para darnos el día perfecto en Gelida, el pueblo que ya sentíamos como nuestro hogar.

Lo inesperado que cambia todo

Pero lo que no sabíamos era que, en medio de toda esa felicidad, la vida nos tenía preparada una sorpresa aún más grande.
Una noticia inesperada estaba a punto de cambiarlo todo.
Porque sí… a veces la vida te sorprende de las maneras más inesperadas.

Un latido que cambió nuestro mundo

La sorpresa más grande, justo antes del “sí, quiero”

Poco antes de la fecha de nuestra boda, recibimos una noticia que cambiaría nuestro destino para siempre.
Fabi y yo nos preparábamos para dar uno de los pasos más importantes de nuestra vida juntos. El vestido, los anillos, los últimos detalles de la ceremonia… todo estaba en su lugar.

Pero lo que no sabíamos era que, entre todos esos preparativos, una historia aún más grande ya había comenzado a escribirse.
En la pancita de Fabi, una nueva vida estaba comenzando a latir.

Fue en un consultorio médico, dos días antes de la boda, donde escuchamos por primera vez el sonido que lo cambiaría todo.
Era un latido pequeño, rápido, pero con una fuerza indescriptible.

Nos miramos sin decir palabra. No hacía falta. En sus ojos vi reflejada la misma emoción que sentía yo: sorpresa, felicidad y un amor inmenso por aquella pequeña vida que ya estaba con nosotros.
Mi corazón latía al mismo ritmo que el de nuestro bebé.

Todo lo vivido cobró sentido

En ese instante, todo cobró sentido.
Recordé los días difíciles en Manresa, cuando me sentía solo en un país nuevo. Las dudas, la incertidumbre, los encuentros fugaces con Fabi, las veces en que el futuro parecía tan lejano.

Y sin embargo, cada paso nos había llevado hasta este momento. Cada obstáculo, cada decisión, todo había sido necesario para llegar acá.

Y si tuviera que vivirlo todo de nuevo, lo haría sin dudarlo.

Un día perfecto en Gelida

Una boda sencilla, una emoción inmensa

Fabi y yo recién casados, en las ruinas del Castillo de Gelida

Nos casamos en el ayuntamiento de Gelida, en una ceremonia sencilla, íntima, pero hermosa.
Mi madre había viajado desde Argentina, al igual que mi hermana mayor. Y aunque mi hermana menor no pudo estar presente, nos acompañó en videollamada junto con mis sobrinos.

Fabi, radiante de blanco, entró del brazo de su padre. Sus ojos brillaban con lágrimas de emoción, y yo apenas podía contener las mías mientras la veía caminar hacia mí.
Entre los testigos de este momento tan especial, ahí estaba también Vincenzo, como siempre, apareciendo en el momento justo.
Con su sonrisa inconfundible y su elegancia natural, se acomodó en su lugar, orgulloso de estar en primera fila. No dijo nada, pero su mirada cómplice me hizo sentir que todo iba exactamente como debía ser. Siempre presente, siempre parte de mi historia.

El latido que hacía todo aún más real

Fue un día perfecto.
Pero lo que lo hizo aún más especial fue ese pequeño latido, ese nuevo comienzo que ya se gestaba en silencio desde el día anterior.

Al escuchar por primera vez el corazón de nuestro bebé, supe que ese sería uno de los recuerdos más importantes de mi vida.
La boda, el bebé. Habíamos soñado con este momento, pero la realidad superaba cualquier expectativa.

Ese día, además de sellar nuestra unión, también dimos el primer paso hacia un nuevo capítulo.
Uno que nos desafiaría, nos haría crecer y nos llenaría de felicidad de una manera que jamás habríamos imaginado.

Porque sí, nos habíamos preparado para casarnos,
pero nadie nos había preparado para lo que estaba por venir.

La calma después del “sí”: un amor que se convierte en hogar

Nuestra Luna de Miel en el Caribe

Volver a la rutina… pero con algo nuevo latiendo dentro

Una vez que volvimos de nuestra luna de miel en el Caribe, nuestra vida retomó su curso.
Tranquila en Gelida, como siempre. Un poquito en Peñíscola, otro poquito en Francia.
Pero había algo distinto. ¿Te das cuenta?

Algunos años atrás, yo me debatía entre seguir luchando por Fabi o dejarla ir. Fue un camino lleno de dudas, puertas que se cerraban y momentos en los que el futuro parecía difuso.

Y sin embargo, aquí estábamos ahora: recién casados, con el recuerdo de una luna de miel mágica en playas blancas y bajo un sol que parecía abrazarnos. Y con el inmenso regalo de saber que pronto seríamos padres.

Una milonga en Nîmes, sur de Francia

Nunca hubiera imaginado este momento cuando todo empezó, cuando Fabi parecía tan lejos, cuando el corazón dudaba si seguir insistiendo o rendirse. Pero en el fondo, siempre tuve una certeza: que juntos podíamos construir algo hermoso.

Ahora esa certeza era nuestra realidad.
Nuestra vida y nuestros planes empezaban a girar en torno a esa pequeña vida que crecía dentro de Fabi.
Los proyectos, las rutinas, incluso los sueños personales, pasaban a un segundo plano.
Había un nuevo centro, un nuevo motor.

Cada visita a la ginecóloga nos acercaba más a conocer a ese pequeño ser. Nos hablaba con dulzura, y nos confirmaba que todo iba bien. El bebé crecía fuerte y sano.
Y la idea de saber su sexo pronto nos llenaba de emoción.

Dos lenguas, un solo corazón

Desde el primer momento tuvimos algo muy claro: queríamos regalarle a nuestro bebé no solo amor, sino también la riqueza de nuestras culturas.
Fabi le hablaría siempre en francés, su lengua materna. Yo lo haría en español, la mía.

Y no íbamos a esperar a que naciera para empezar.

Recuerdo esa primera noche, los dos sentados en el sofá de casa, con las manos sobre su pancita. Fabi, dulce como siempre, le susurraba canciones infantiles en francés.
Yo, en porteño, le contaba historias de mi infancia en Buenos Aires.

Fue un momento mágico. Como si ya estuviéramos los tres juntos, conectados más allá de las palabras.

Ese fue nuestro primer regalo: darle acceso a dos lenguas, dos culturas, dos mundos.
Desde la panza misma, ese bebé empezaba a ser parte de algo más grande.
Algo que nos unía, que nos definía como familia.

Aprender para pertenecer

De espectador a parte de la historia

¿Y hablando de lenguas? Cuando estábamos en Francia, sabés, los papás de Fabi me hablaban en español. Al principio, eso hacía que las visitas fueran bastante cómodas.
Pero con el tiempo, a medida que conocía a más familiares y amigos, o que las reuniones se hacían más frecuentes, empecé a sentirme cada vez más afuera.

Bailando tango con Fabi

Las conversaciones se volvían rápidas, cargadas de chistes, referencias y dobles sentidos que me costaba seguir.
Tontón Daniel, por ejemplo, no paraba de tirar bromas. Y yo, con mi copa en la mano y cara de póker, trataba de descifrar de qué se estaban riendo todos.

Era un desafío constante.
Y aunque todos eran amables, ese no entender me hacía sentir como si hubiera una pared invisible entre ellos y yo.

Sentía que ese mundo —su mundo— era un lugar en el que no quería ser un simple espectador, sino un protagonista real.
Y fue entonces que me di cuenta: si quería integrarme de verdad, si quería ser parte de ese universo que compartía con Fabi, tenía que aprender el idioma.

Claro, para entender las bromas de tontón Daniel.
Pero sobre todo, porque pronto habría alguien más con quien Fabi hablaría en francés.
Y yo no quería quedarme fuera de esa conversación.
No quería ser un espectador en mi propia casa.

Una lengua, muchas raíces

Siempre he creído que la integración es una de las cosas más importantes para sentirte cómodo en un lugar.
Es como echar raíces: te permite crecer, construir, pertenecer.

Y no era la primera vez que enfrentaba algo así.

Cuando llegué a Manresa, recién llegado de Argentina, no conocía a nadie. Todo era nuevo. Todo era en catalán.
Los días y las noches podían sentirse solitarios. Hasta que alguien me habló de los castellers, y días después ya me había sumado a la Colla Castellera dels Tirallongues de Manresa.

Ese acto tan físico y simbólico de levantarme sobre hombros ajenos, de sostener y ser sostenido, me enseñó lo que realmente significa integrarse: confiar, compartir, formar parte de algo más grande.

Ahora el desafío era distinto, pero el propósito era el mismo.
La lengua de Molière se convirtió en un puente, no solo para conectar con mi nueva familia, sino también con una nueva versión de mí mismo.

Una etapa comenzaba.
Y yo estaba listo para dar ese paso.

Aprender francés: el idioma como puente hacia una vida más compartida

No era solo una lengua, era un nuevo mundo

Un nuevo idioma, una nueva cultura y, de alguna manera, una nueva versión de mí mismo.

Este desafío no solo me empujaba a superarme, sino que abría ante mí un universo de posibilidades fascinantes.
Me emocionaba pensar en todo lo que aprender francés podría aportarme.

Libros que no habían sido traducidos y que ahora podría leer.
Canciones que siempre me gustaron, pero que ahora podría sentir de verdad.
Películas y series en su idioma original, sin subtítulos, sin intermediarios.
Captar los matices, los silencios, los juegos de palabras.

Pero sobre todo, me permitiría algo mucho más profundo:
Ser parte. Estar adentro.
Reír con la familia de Fabi, compartir anécdotas, entender sus referencias, no perderme en las conversaciones.

Poco a poco, su mundo también podría empezar a sentirse como el mío.

Aprender el idioma era, en realidad, construir un puente.
Un puente hacia nuevas conexiones: con Fabi, con nuestra futura hija, con su entorno… y también conmigo mismo.

Porque con cada palabra nueva que aprendía, sentía que mi vida se volvía más rica, más plena, más compartida.

El arte de vivir a la francesa: cuando los sabores también te transforman

En Lunel, la vida se saborea despacio

Aprender el idioma fue un paso esencial para integrarme.
Pero pronto descubrí que había algo más que empezaba a conquistarme: sus sabores, sus rituales, su manera de habitar el tiempo.

En el techo de la Iglesia Notre-Dame-de-la-Mer

Cada visita a Lunel, el pueblo donde Fabi creció, era un banquete para los sentidos.
Una celebración no solo de la comida, sino también del tiempo compartido alrededor de la mesa, de los silencios con sentido, de los momentos sin prisa.

En la casa de sus papás, en el campo, rodeados de naturaleza, entendí por primera vez lo que significa l’art de vivre à la française.
Aquí, la cocina no es solo alimento, es vivencia. Una invitación a detenerse y saborear.

Los sabores eran delicados, armoniosos, medidos con una precisión que se sentía natural.
Cada ingrediente tenía un propósito, cada plato una intención.
Y lo que más me sorprendía era la calidad y el respeto por el origen: si era bio, si venía de una región específica, si tenía denominación de origen.

Francia no solo sirve comida. Francia te cuenta una historia en cada plato.
No por nada su gastronomía fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Pan fresco, croissants y chaussons: los rituales cotidianos

Las mañanas tenían su propia coreografía.
Mi suegro salía en bici, sin importar el clima, a buscar el pan fresco en la boulangerie del pueblo.
Pero no venía solo con baguettes: traía croissants, pains au chocolat, brioches, chaussons aux pommes…
Cada desayuno era un pequeño festín hecho con cariño y dedicación.

Y para los aperitivos: pan de fugasse, ese pan plano con aceite de oliva y hierbas, que también podía venir con trozos de cerdo, pato o Roquefort.
Delicioso. Todo simple, todo especial.

Las mesas se llenaban de detalles: jarrones con flores del jardín, patés cremosos, mermeladas caseras de higo, panes de todas formas, brandada de bacalao, olivas, canapés, corazones de alcachofa.
Y siempre, un rosado fresco de la región o un buen Pastis para abrir el apetito.

Pero no era solo la comida.
Era el ritmo. La manera de vivir el momento, de disfrutar, de compartir.
Comer en Francia era detener el tiempo.

Y yo, ahí sentado, balbuceando ya algo de francés, rodeado del verde de Lunel y la calidez de la familia de Fabi, me sentía profundamente afortunado.
Había encontrado algo más que un lugar. Había encontrado una manera de vivir que me estaba cambiando para siempre.

El ritual del queso y un amor llamado Roquefort

Después de cada comida llegaba uno de mis momentos favoritos: el ritual del queso.

Quesos cremosos, curados, fuertes, suaves… cada uno una revelación.
Y siempre con su compañero fiel: el vino perfecto, ya sea un tinto, un rosado ligero o un blanco mineral.

Y de vez en cuando, un toque de champagne para convertir cualquier comida en una celebración.

Así nació mi fascinación por los quesos. En cada viaje probaba nuevas variedades.
Pero había uno que me tenía el corazón ganado desde siempre: el Roquefort.

Su intensidad, su cremosidad, ese toque salado con notas de hongos… simplemente irresistible.

Por eso, cuando el padre de Fabi nos sugirió visitar las cavas de Roquefort en Roquefort-sur-Soulzon, no lo dudé ni un segundo.
Allí quería ir.
Y allí empieza otra historia…

En busca del roquefort: un viaje entre historia, paisajes y placeres

Parar, mirar, sentir: el encanto de los pueblos templarios

Aunque Roquefort-sur-Soulzon está relativamente cerca de Lunel, decidimos no apurarnos.
Queríamos tomarnos el tiempo, saborear el camino, disfrutar cada rincón del paisaje.

Nuestra primera parada fue La Couvertoirade, un pueblo detenido en el tiempo desde la época de los templarios.
Murallas, calles empedradas, tejados de piedra… todo hablaba de otra época.
Cada detalle parecía contar una historia, cada sombra una leyenda.

Subimos a una de las torres. Fabi me tomó de la mano y desde allí arriba miramos el pueblo extendido a nuestros pies.
Fue un momento mágico.

Vista aera del pueblo medieval La Couvertoirade, en el sur de Francia
La Couvertoirade, en el sur de Francia

Después seguimos hacia Sainte-Eulalie-de-Cernon, otro pueblito con alma medieval.
Sus callejuelas, su plaza central, su energía silenciosa… era como caminar dentro de un libro de historia.
Pude imaginar a los caballeros templarios cruzando esas mismas murallas, siglos atrás.
Una sensación extraña y poderosa, como si el pasado estuviera todavía ahí, presente en cada piedra.

Una maravilla suspendida en el aire

El camino siguió entre paisajes que parecían salidos de un cuadro.
Y de repente, en el horizonte, apareció una obra majestuosa: el Viaducto de Millau.

Primer plano de una Pareja sonriente y feliz con el Viaduc de Millau en el fondo
A punto de cruzar el Viaduc de Millau. Sur de Francia

Elegante, esbelto, imponente.
Nos detuvimos en un mirador para contemplarlo.
Fabi me contó que mide 2,5 km de largo y que alcanza 343 metros de altura, más que la Torre Eiffel.

Y lo más increíble es que no rompe la armonía del paisaje: flota sobre él, como si lo hubieran dibujado en el aire.

Roquefort: el corazón del queso

Finalmente llegamos a Roquefort-sur-Soulzon, el pueblo del queso que tanto amaba.
Entramos a las famosas cavas, esas cuevas naturales donde el roquefort madura como si fuera un tesoro antiguo.

La penumbra, la humedad, el olor intenso, las filas infinitas de ruedas…
Era como estar en las entrañas mismas de la historia. Nos explicaron el proceso: los hongos del pan de centeno, la precisión, la espera paciente.
Una alquimia casi sagrada.

Y al final, la degustación.
Cerré los ojos con el primer bocado.
Era sublime. Intenso, cremoso, con ese toque salado que acariciaba el paladar.
Miré a Fabi. Sonreímos.
Sabíamos que ese viaje no había sido solo gastronómico.
Había sido una celebración de los pequeños placeres de la vida.

Volvimos a casa cargados de quesos, vinos… y recuerdos imborrables.

El arte de vivir también está en lo invisible

Francia, una semilla que empezó a echar raíces en mí

Fue entonces cuando entendí algo más profundo.

El arte de vivir a la manera francesa no está solo en los grandes momentos, sino también en esos pequeños placeres cotidianos que te conectan con la tierra, con la cultura y con las personas que amás.

Cómo me gustaba venir a Francia.
Había algo en su esencia, en sus sabores, en la calidez de su gente, que empezaba a resonar dentro de mí.

Era como si cada visita dejara una semilla.
Y esa semilla comenzaba a crecer, lenta pero firme, atrayéndome cada vez más hacia este país fascinante.

Mientras tanto, en Gelida, la vida seguía su curso tranquilo, con su propio ritmo.
Pero yo sentía que algo se estaba gestando.
Algo nuevo. Algo profundo.

Niña o Niño : El latido que nos lo reveló

Una ecografía, un susurro, y el momento que cambió todo

Con Fabi en Gelida

Entre clases de francés, mercados, paseos por los bosques y algún que otro tango, llegó el día que habíamos estado esperando.
Una cita especial, de esas que marcan un antes y un después.

No solo íbamos a ver cómo avanzaba el embarazo.
Con un poco de suerte, también descubriríamos si sería niño o niña.
(Paco, Milagritos o Chiffonette… no, mentira, todavía no lo sabíamos 😅).

Volvamos a la clínica.

Entramos tomados de la mano, un gesto casi automático, pero lleno de emoción.
La habitación tenía una luz tenue, cálida, pero nuestros nervios la iluminaban aún más.
Mientras la ginecóloga preparaba la ecografía, Fabi me apretó suavemente la mano.
Nos miramos.
Sabíamos que ese momento era solo nuestro.

Y entonces, el sonido del monitor llenó la sala.
Un latido. Firme. Rápido. Vibrante.
El corazón de nuestro bebé.

Mis ojos se llenaron de lágrimas —ya sabés, soy muy emotivo— y en mi mente ese latido sonaba como un himno.

La ginecóloga sonrió, señaló la pantalla y, con un susurro que retumbó dentro mío, dijo:
«Es una niña.»

Y en un instante, todo fue real

En ese instante, todo cambió.

Hasta ese momento, el bebé había sido una promesa, una idea luminosa pero abstracta.
Ahora era real.
Nuestra nena. Nuestra bebita.

Nos miramos Fabi y yo, con lágrimas y sonrisas que no podíamos contener.
Aunque aún no tenía nombre, ya ocupaba un lugar en nuestras vidas como nunca antes.

Estábamos ahí, los dos, con el corazón en la garganta y la felicidad desbordándonos por dentro.

Nuestra hija estaba en camino.
Y sabíamos que, a partir de ese momento,
la vida ya no volvería a ser la misma.

Lo que viene: cuando la vida escribe su propio guion

Pero lo que no sabíamos en ese instante era que lo más grande, lo más desafiante, lo más transformador… aún estaba por venir.

En el próximo episodio te voy a contar cómo fueron esos meses llenos de sueños, preparativos… y también de sorpresas que jamás habríamos imaginado.

Porque el camino hacia el día más importante de nuestras vidas no fue un cuento de hadas.
Hubo incertidumbre. Hubo decisiones difíciles.
Y también momentos que pusieron a prueba todo lo que creíamos tener bajo control.

Y cuando finalmente llegó el gran día…
nada salió como lo habíamos planeado.

Pero si algo aprendimos en esta historia es que a veces la vida tiene su propio plan.
Y lo que nos esperaba en aquel quirófano, créeme,
lo cambió todo para siempre.

El Mapa de Un latido, una Señal del Destino

Querido lector,

Este artículo ha sido escrito por mí, Diego, que vivo en Francia desde hace algunos años y recorro este hermoso país desde hace muchos más! Y se inspira en mis experiencias y los gustos míos y de mi familia.

Me encanta dar a conocer los pueblos encantadores de Francia y todo lo que hay para hacer por aquí y sé que muchas veces la organización de un viaje puede ser complicado. Es por esto que, mediante mis guías, intento inspirarte y ayudarte en vuestra planificación.

Espero que hayas disfrutado de la lectura de este artículo y, sobre todo, que sea de utilidad.

Si encontraste útil esta guía de viaje y quieres agradecérme, ahora puedes invitarme a un café virtual!


Qué te parece mi artículo ?

0 0 votes
Article Rating
Diego en France
Diego en France

I’ve been living in France for many years with my French wife and our Franco-Argentinian daughter.

I know this amazing country very well — we’ve been exploring it for a long time, and it holds a special place in my heart.

I’ve always shared my passion for travel with those around me, and now I’d love to help you plan your own trip.

I know trip planning can often feel overwhelming and frustrating. That’s why I created this blog about France — especially its charming small towns — so you can start enjoying your journey from the moment you begin planning it.

FR : Je vis en France depuis des années et je partage ici mes lieux préférés — en particulier ses petits villages de charme.

ES : Vivo en Francia desde hace años y en este blog comparto mis rincones favoritos — sobre todo sus pequeños pueblos encantadores.

Artículos: 197
Subscribe
Notify of
guest

0 Comentario
Oldest
Newest Most Voted
Inline Feedbacks
View all comments
0
Would love your thoughts, please commentx
()
x